Cómo diseñé mi primera vivienda bioclimática - SLOWHAUS

En el mundillo este de la arquitectura bioclimática, bioconstrucción, passivhaus y demás movimientos ecológicos no hay recetas únicas. Es un poco como en la cocina: hay muchas y variadas formas de llegar al mismo plato. Y supongo que os gustaría conocer por dentro el farragoso y, al mismo tiempo, apasionante proceso de creación de una vivienda de estas características, así que, para saciar un poco el apetito de vuestra curiosidad, os voy a contar cómo fue el desarrollo del diseño de mi primera vivienda bioclimática, y así veis las dudas, los dímes y diretes por los que tenemos que pasar los arquitectos a la hora de tomar decisiones, la parte más “chula” y, a la vez, más terrorífica de proyectar.

Fase 1: unos clientes quieren una vivienda bioclimática

Recuerdo mucho una frase de un profe que tuve en la escuela –la de arquitectura, no la otra-, que nos soltó un día en clase de Análisis de Formas Arquitectónicas –toma nombre pomposo e ininteligible para una asignatura- lo siguiente, “Los primeros encargos os llegarán de las tres pes: primos, putas y parientes”. Tras esta breve, pero lapidadora, sentencia, nos invitó a huir de ellos.

Pues a mí, mi primer encargo de entidad y enjundia, que fue esta vivienda bioclimática, me llegó a través de un profesor de química del instituto que me recomendó a una alumna suya, que resultó ser, al final, compañera de clase de mi mujer. Las cosas de los pueblos. Ella y el marido querían hacerse un casoplón con criterios ecológicos, y mi profe se acordó de mí y pensó que sería el arquitecto ideal para ellos. Así que me pasé la recomendación de mi otro profe, el de la asignatura de nombre pomposo, por el forro, y me puse a ello. El proyecto me atraía. Y había que comer. Y pagar la cuota de autónomo. Y la del Colegio de Arquitectos. Y la del seguro de responsabilidad civil. No sigo, que me pongo a llorar.

Fase 2: primeros contactos

Recuerdo el primer encuentro con los clientes, una pareja joven y guapa. Profe de secundaria ella, trabajador de una editorial él. Quedamos en la cafetería de un hotel cercano al miniapartamento donde vivía yo por entonces, con mi novia, ahora mujer. Charlamos de esto y de aquello y me plantearon, por encima, la idea que tenían ellos de vivienda. Con lo que me quedé fue con que había un olivo en la parcela y querían conservarlo. Ahí me conquistaron. Tengo debilidad por las plantas. Y me encantan las aceitunas.

Fase 3: primeras propuestas de vivienda bioclimática

Con mucha ilusión, y casi sin creerme todavía el chollo que me había tocado, me puse manos a la obra. Querían una vivienda hecha con criterios bioclimáticos. Parcela de unos 1.000 m2, en un pueblo del extrarradio de Sevilla, en una urbanización cerrada. Con cuatro dormitorios, cocina con isla, salón-comedor grandote y, por qué no, un sótano. Y que no fuera muy caro. Soñar es gratis. Y cometí dos errores de principiante. Primero, planteé un amplio abanico de posibilidades, llegando a un nivel de definición bastante alto, antes de volver a hablar con ellos. Que si planos, que si renders. Un curre, vamos. Y segundo, me encariñé con el proyecto.

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Cuando tuvimos la segunda reunión les enseñé lo que para mí era un proyecto definitivo, que iría hacia delante. Lo más difícil estaba ya hecho. Y aquí llegó el primer jarrón de agua fría. No era lo que ellos buscaban. Los planos, con preciosos sombreados de los muros. Los renders, con vistas aéreas, con furgoneta hippy Volkswagen aparcada en la calle incluida, no surtieron el efecto deseado. Y me volví a mi mini-apartamento-estudio con el rabo entre las piernas, y mi orgullo arquitectónico herido. Nunca subestiméis el poder de decisión del cliente. Al final, es el que paga. Y, cuando os reunáis con él, o ella, queridos compañeros arquitectos, preguntad. Y escuchad. Y, sobre todo haced caso.

Fase 4: diseño de la vivienda bioclimática

Cuando me llegó este proyecto, allá por el año 2007, no llevaba mucho tiempo en la calle, así que mi experiencia, sobre todo en el tema bioclimático, era limitada. Nada más empezar a plantearme el edificio, me empezaron a surgir las primeras dudas. En cuanto al asunto de diseño, conseguí captar las necesidades de los clientes y encaucé el asunto con todo éxito. El problema surgió cuando tuve que convertir las líneas en elementos constructivos, con criterios ecológicos.

Para el diseño tuve en cuenta lo más típico de una vivienda bioclimática: orientación del edificio; grandes aberturas a sur, para ganar en control solar; pequeñas aberturas a norte, para evitar los vientos más fríos; ventilación cruzada en todas las estancias; grandes aleros para protección solar de las fachadas… La vivienda resultó ser, al final del proceso de diseño, una especie de moderna domus romana, con zona de día y zona de noche perfectamente diferenciadas, y dos patios, uno de los cuales giraba en torno al olivo que había que conservar.

Todos estos conceptos de bioclimatismo fueron sencillos de introducir en el diseño. Las dificultades aparecieron al meterme en las entrañas constructivas del edificio. Había que tomar multitud de decisiones, y el abanico de posibilidades era casi infinito, y eso que hace diez años la oferta en materiales y sistemas constructivos ecológicos era mucho más limitada que en la actualidad. ¿Qué estructura? ¿Qué tipo de cerramiento? ¿Qué cubierta? ¿Recuperamos las aguas grises? Las dudas parecían no tener fin, pero me puse a ello con energía y conseguí, creo, llegar a buen puerto.

Fase 5: decisiones constructivas

Al final, lo que se pretende con un proyecto arquitectónico, y el de una vivienda bioclimática no va a ser menos, es convertirlo en realidad, construirlo. Y para ello hay que definir los elementos constructivos, de qué materiales están compuestos, en qué orden se disponen.

Después de barajar distintas posibilidades, decidí que la vivienda se iba a construir con muros de carga de fábrica de ladrillo sobre losa de cimentación de hormigón armado y forjados de viguetas de hormigón y bovedilla cerámica. Intenté así, minimizar el uso del hormigón armado, desechando una estructura típica de pórticos de hormigón. No sé hasta qué punto lo conseguí, porque tanto cimentación como forjado seguían siendo de hormigón, pero fue la decisión que tomé. Supongo que en la actualidad me habría atrevido con un forjado de madera, pero hace diez años, lo confieso, era bastante más pardillo que ahora.

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Para la fachada, contra lo que me habían enseñado en la escuela, y la construcción más convencional, dispuse la hoja más gruesa, 1 pie de ladrillo perforado, al interior, y la más delgada, una citara de ladrillo hueco doble, al exterior, con una cámara de aire ventilada de 2 cm de espesor y aislamiento de celulosa proyectada. Esto me daba un espesor total de 45 cm, algo que no suponía problema alguno en cuanto a superficies, dado que era una vivienda unifamiliar aislada en una parcela de unos 1.000 m2. La disposición de las dos hojas, con la más gruesa al interior, me garantizaba una inercia térmica muy interesante para las épocas más frías. La citara al exterior, me proporcionaba, además, una protección adecuada al riguroso sol del extremo verano sevillano. Esto, junto con la cámara ventilada y los 6 cm de aislamiento, convertían la fachada en un estupendo “abrigo” para la vivienda bioclimática.

La cubierta me dio más quebraderos de cabeza, pero al final me decanté por una inclinada de teja sobre tabiques conejeros, en una parte, y sobre forjado inclinado de hormigón en otra, con aislamiento de 8 cm de corcho aglomerado e impermeabilización de lámina tipo EPDM. El corcho natural es un buen aislante, ecológico y aguanta bien la humedad. Además, es resistente a la compresión, así que aguanta bien el peso de las capas más exteriores de la cubierta. En cuanto a la lámina EPDM, era la que, dentro de la impermeabilización, menos impacto ambiental ofrecía. Me ayudó mucho hablar con la gente de la empresa que me suministró el aislamiento y lámina impermeabilizante. Cuando tengáis dudas, preguntad a los expertos.

En lo que respecta a la protección solar, además de los aleros, calculados para sombrear la fachada en los meses de verano, dispuse unas mallorquinas metálicas con lamas en la fachada sur, para proteger la zona de noche de la vivienda del implacable sol sevillano. Ah, y como se dice en inglés, last but not least, destacar la disposición de un aljibe que iba a recoger las aguas pluviales para reutilizarlas en el riego del jardín. También contemplé la posibilidad de instalar un sistema de reciclaje de aguas grises, pero el fervor ecológico de mis clientes comenzaba a acabarse, al ver cómo iba subiendo el presupuesto de la construcción. Se instaló un sistema de agua caliente solar, pero no le doy más importancia, dado que era obligatorio por normativa.

Para las carpinterías, de gran tamaño en el salón, elegí, por economía, el aluminio, con rotura de puente térmico. Los vidrios, dobles, de tipo climalit, con cámara de aire de 16 mm y control solar.

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Fase 6: la temida obra

Y llegó el día de comenzar a construir. Un día soñado, pero también temido. El constructor era perro viejo, y no tenía ni idea de bioconstrucción, así que la pelea fue continua durante esta fase. Me costó mucho que ubicara correctamente los huecos de ventilación de la fachada y de la cubierta. Me costó también que dispusiera el aislamiento sobre la lámina impermeabilizante. Me puso pegas por la dificultad de construir la fachada “al revés”. A pesar de todo, la vivienda se construyó respetando, más o menos, lo especificado en proyecto y terminamos más o menos contentos.

Reflexiones finales

Aunque sigo estando muy orgulloso de esta primera vivienda bioclimática, hay muchas cosas que habría hecho de otra manera. Fue un gustazo ver cómo se proyectaba la celulosa, sin dar ningún tipo de olor, más que a periódico mojado, pero me pareció un poco contradictorio poner un aislante ecológico que iba a ser colocado por una empresa de ¡Huesca! Imaginaos el CO2 emitido en su transporte… Creo que cualquier proyecto de arquitectura debería incorporar un análisis de ciclo de vida. Hay en la actualidad software gratuito que permite hacerlo con facilidad, como la herramienta Ecómetro, que estamos deseando implementar en el estudio.

Elegí sistemas convencionales de construcción, frente a otros más novedosos, por economía y porque sabía que no encontraría constructores adecuados. Y también, por qué no confesarlo, por precaución y desconocimiento. Hoy en día habría ido a algo más prefabricado e innovador, una construcción en seco, como los paneles de paja y madera de Okambuva. O me habría atrevido con enfoscados de cal. O con pinturas al silicato. Me veo más valiente en ese sentido.

Creo que también me equivoqué en no monitorizar el edificio, para ver cómo se comportaba térmicamente a lo largo de su vida útil. Medir temperatura, humedad y CO2, por lo menos. Es algo que haría, sí o sí, en la actualidad. Si no sabemos qué pasa con lo que construimos, perdemos una fuente valiosísima de información para mejorar y experimentar.

En cualquier caso, el resultado fue satisfactorio. Espero que mis clientes opinen lo mismo.

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